El pasado día miércoles 22 de julio de 2015, en el café Tipos Infames cerca de Malasaña, en Madrid, tuve la oportunidad de entrevistar a Luis Lloredo (Madrid, 1983).
Luis Lloredo Alix, es doctor en Filosofía del Derecho y Derechos humanos por la Universidad Carlos III de Madrid, se desempeña como docente investigador en la Universidad Autónoma de Chile, donde actualmente, en el marco de un proyecto FONDECYT, encabeza una investigación sobre el concepto de autonomía del derecho y una propuesta de reconceptualización del Derecho en los términos de la teoría de los bienes comunes.
A Luis lo conocí en septiembre de 2012, justo recién cuando llegué a España, durante mis primeras clases del Máster en Estudios Avanzados en Derechos Humanos en la Carlos III. Me impartió la materia de “Historia de los derechos humanos”, haciendo énfasis en el período de la Revolución Francesa. Desde su entrada al salón de clases en Getafe, me llamaron la atención dos cosas:
- Una, su edad: Era un tipo (relativamente) muy joven comparado con algunos viejos (y añejos) profesores que nos dieron clases durante los primeros días.
- Dos, que traía tres libros bajo el brazo, uno de ellos: La invención de los derechos humanos de Lynn Hunt. Yo había encontrado el libro de Hunt unos meses antes y me pareció una de las mejores obras que leí sobre derechos humanos. Me gustó demasiado, de hecho, hoy en día, probablemente, siga afirmando que es el mejor texto que haya leído sobre el tema. El único problema que le encuentro es que no imagino cómo dicho libro puede transmitirse al momento de enseñar derechos humanos. Es decir, no lo visualizo ni como un libro de texto, ni como un manual para un curso de esta materia. Son tantos los datos y las anécdotas, que a veces creo que antes que una obra propiamente científica, la clasificaría dentro del apartado de narrativa. No sé.
El caso es que comenzó la primera clase de Luis y, solo unos minutos después, quedé sorprendido porque, antes que estar presenciando una clase de historia, la persona que tenía frente a mí me estaba haciendo interesarme por la historia. Era como si el libro de Hunt cobrara vida en el aula. Antes que una aburrida, monológica, e inerte clase magistral (muy pero muy habituales por las aulas españolas), Lloredo exponía sus ideas de manera dinámica. Recuerdo que conforme pasaba el tiempo yo me contrariaba al escuchar la historia de los derechos humanos desde una óptica tan diferente como interesante. Más que una historia, Luis relataba una historia alternativa de lo ocurrido, una contra-historia. Antes que sumergirse en la clásica división de poderes, en los conocidos fundamentos del contrato social, o la típica y cursi historia de cómo el pueblo de Francia provocó la abolición de una monarquía absoluta, Luis contaba (como si él mismo lo hubiera presenciado) desde los problemas con el juego que tuvo Voltaire, la compleja vida de Olimpia de Gouges, pasando por los vicios y la vida anti-ilustrada de Rousseau, hasta la literatura, la pintura, el teatro, y la difícil manera de vivir en dicha época. Todo esto al mismo tiempo que llenaba la pizarra con apellidos de autores que recomendaba leer y relacionándolo todo con cuestiones culturales de épocas actuales.
Por principios, suelo sentarme en los últimos lugares de los salones de clases (ojo, digo suelo, pues pueden existir excepciones, pero por lo general me encuentro mucho más cómodo estando alejando del docente). Bueno, pues al finalizar la primer clase, vi mis notas en mi computadora (¡que eran casi 11 páginas!) y descubrí que estas no solo tenían notas al pie, sino que las notas al pie a su vez tenían otras notas al pie, y algunas de estas contaban con otras referencias que referían a otros textos y otras ideas. Era como la película Incepcion pero en mi procesador de texto. Releí lo que escribí y, al segundo día, fui a sentarme a la primera filas del salón para que no se me pasara detalle de su clase. Al tercer día, y último de dicho bloque de la materia, cuando recién llegó al escritorio, lo abordé y me presenté, le agradecí por sus clases, le pregunté por alguna bibliografía (ahora mismo no recuerdo por qué, pero sé que me recomendó Historia cultural del dolor de Javier Moscoso), y como el pinche, incorregible, absurdo, y lamentable caradura que soy le dije: “Profesor Lloredo, el día de hoy no me puedo quedar a su clase porque voy a escuchar una charla de Javier Marías en el centro de Madrid”. Luis me dijo que ningún problema y que disfrutara la velada.
El día que escapé de la clase de Luis para escuchar a Javier Marías
Ahora que vuelvo a lo acontecido, y que pienso lo que hice, me doy cuenta no solo de que no valgo madres (eso ya lo tengo bien claro y asimilado), tampoco del tamaño de mi desvergüenza, mucho menos de que a pesar de que la charla estuvo bien, Javier Marías cada vez me gusta menos y me parece más facha, sino simplemente que decirle a Luis que me iba de su clase es probablemente uno de los gestos más grandes que he tenido con un profesor dentro de un salón de clases. Pues invariablemente, si una clase no me gusta, o me parece aburrida, o tengo algo mejor que hacer (sea cualquier excusa que oscile entre ir a escuchar hablar a un escritor, dormir, o tomarme una cerveza con alguien), sencillamente me paro y me salgo del aula. Eso…, o que estoy tratando de expurgar una culpa que cargo desde 2012 y justificar mi pinche actitud tan pinche frente a Luis.
Para mí, Luis es un fuera de serie. No soy nadie para decirlo, pero creo que su obra es una de las pocas en las que la Filosofía del Derecho en Iberoamérica puede tener futuro.
La teoría del derecho de Luis Lloredo es una de las pocas, por no decir la única, que no me parece asilada, ni monótona. Que no me aburre, ni me parece, por decirlo de alguna manera, elitista. Sus escritos son reflejo de un proyecto comprometido y arriesgado, antiformalista diría yo, aunque muy pero muy disciplinado, riguroso, y metodológico. Quien fuera el último discípulo de Gregorio Peces-Barba, no solo es capaz de hablar cinco idiomas, o de escribir sobre indignación y teoría del derecho, o sentimientos y constitucionalismo, o “paradigmismo” y iuspositivismo, sino también, y por encima de todas esas cuestiones (que al final del día son menores), es capaz de empoderar a uno cuando ya nadie más cree en ti. De confiar en los demás, y de ser humilde. Alguien bondadoso y dispuesto a ayudar a los demás para hacer de esto algo mejor. Eso para mí habla más que de un gran filósofo del derecho, de una persona extraordinaria.
Está quedando muy pero muy melosa esta entrada, derrama miel en cada párrafo. No era mi intención, y puede que se crea que a mi querido profesor, amigo, y director de tesis doctoral (aunque no precisamente en ese orden) le estoy haciendo la barba en México, la pelota en España, pero no es así. Es sencillamente que a Luis le estaré profundamente agradecido por presentarme una visión diferente del derecho, y por hacerme creer en lo que investigo.
Agradezco a Luis por haberme recomendado que leyera a Jhering, y también a González Vicén, por decirme que no pierda de vista a Michel Onfray, que al escribir cosas jurídicas tenga presente a Foucault, por invitarme a indagar primero sobre los Critical Legal Studies, y después sobre abogacía, por su infatigable bolígrafo rojo al momento de corregirme, y sus siempre pertinentes intercambios epistolares. Pero más allá de todas esas cosas, le agradezco a Luis por su amistad, y por permitirme aprender de él, y algún día, quizás (aunque muy pero muy lejano), por qué no, pueda llegar a considerarme su discípulo.
Ya escribí mucho y no era la idea. A continuación las 8 preguntas sobre abogados, y algo más a Luis Lloredo.
1. ¿Qué es lo primero que tienes en mente cuando escuchas la palabra abogado?
Luis Lloredo (LLl): Grandes juzgados. Una imagen que tengo de hace muchos años de un tribunal, al que fui con un profesor de derecho procesal, con todas las paredes de madera, puertas ocultas tras la madera, y muchas pero muchas togas. La sensación era de encierro, claustrofóbica. Y tiene mucho sentido, porque la sala estaba diseñada ex profeso para producir esa impresión. Creo que es una imagen bastante ilustrativa de la percepción que mucha gente tiene acerca del derecho. Una percepción que, por lo demás, me parece correcta: el derecho funciona como una caja negra que tiene vetado el acceso a la mayoría de la ciudadanía y que suele generar inquietud y angustia.
2. Menciona el primer abogado o abogada (no importando sean profesionales, profesores, políticos o bien personajes de literatura, series de televisión o cine) que se te venga en mente.
LLl: Ally McBeal. Ahora mismo también diría Alicia Florrick, porque estoy enganchado con The Good Wife.
3. Estudiaste la carrera en Humanidades y después el posgrado en Filosofía del Derecho, pero una vez ya en el mundo jurídico, comenzaste Derecho. ¿A qué obedeció dicha decisión?
LLl: Comencé a estudiar Derecho cuando terminaba la carrera de Humanidades. A partir de tercero o cuarto curso de esta licenciatura, comencé a cursar asignaturas jurídicas, aprovechando las asignaturas que entonces se llamaban de libre configuración
Derecho era una de las cosas que había descartado por completo, junto a Ingeniería y Medicina, pero en el primer curso de Humanidades tuve una asignatura de Teoría del Derecho. Contra todo pronóstico, me gustó mucho, y de repente descubrí que el Derecho era una actividad y una disciplina bastante más interesante de lo que parecía a simple vista.
Tenía la sensación de que con la carrera de Humanidades el futuro laboral se tornaba complicado, que había que especializarse, o que dentro de Humanidades había que estudiar alguna materia en concreto, hacerse con un perfil algo más específico. Aquello me gustó y comencé a estudiar asignaturas de Derecho para ver si me continuaban gustando.
En líneas generales, así fue, aunque he de confesar que dichas asignaturas de Derecho me siguieron gustando porque las fui estudiando bajo la óptica de la carrera de Humanidades. Por ejemplo, cuando estudié Derecho Mercantil leí, desde una perspectiva sociológica-histórica, o incluso económica, “El Burgués” de Werner Sombart. Desde una perspectiva literaria también leí “El Hereje” de Miguel Delibes, y así pude aprovechar mucho más las asignaturas jurídicas. En general, me solían gustar las llamadas “partes generales”, en las que se estudian los fundamentos de una disciplina jurídica en concreto, su surgimiento y su evolución histórica, sus implicaciones socio-políticas, sus principios vertebradores… En las partes especiales también se encuentran a veces joyas inesperadas, perspectivas interesantes, pero en general me solían resultar más aburridas.
En definitiva, creo que la única manera de estudiar el Derecho de una forma adecuada, generando profesionales responsables y críticos, pero también eficaces, es hacerlo desde la perspectiva humanística. El Derecho no es sino una cara de las Humanidades, una manifestación cultural más, del mismo modo que lo son el cine, la literatura, la ciencia, la técnica… Por eso es tan lamentable el aislamiento en el que se suelen concebir a sí mismos los juristas y en el que se forma a los futuros abogados en la mayoría de las facultades jurídicas del mundo.
¿Acaso te has planteado ejercer como abogado?
Hubo una época, hace un montón de años, en la que me lo llegué a plantear. Pero era un poco por la presión de qué iba a ser de mí después de estudiar la carrera de Humanidades. Pero nada, aquello duró unos meses y poco más.
Eso sí, debo decir que a veces he tenido envidia de los abogados ejercientes, sobre todo al hablar con abogados en Chile, que es donde estoy ahora, cuando me cuentan casos y estrategias que utilizan con sus clientes, y también cuando me cuentan anécdotas forenses. En esas ocasiones, a veces me da un poquito de envidia. Pero tampoco es una cosa que me tiente enormemente.
4. ¿Deben los abogados saber historia?
LLl: Obviamente. Si entendemos al abogado en tanto que jurista en sentido amplio, entonces la respuesta es muchísimo más fácil, porque si tú quieres entender el Derecho que tienes, tienes que entender su historia. No hay otro camino. Esto es una consecuencia del historicismo en sentido lato. El historicismo no es solo una corriente del siglo XIX, sino que lo llevamos injerto en nuestra forma de mirar el mundo. El historicismo surgió entonces, pero llegó para quedarse con nosotros: la teoría de la evolución de las especies es historicista; la teoría de la evolución de la tierra es historicista; el mito del progreso es historicista; nuestra concepción de la identidad es historicista. Cualquier fenómeno que nos proponemos estudiar comienza con una “Historia de…”, el Derecho Civil, el Derecho Mercantil, el Derecho Administrativo… Y cualquier Derecho que estudiemos lo hacemos comenzando de esa manera, para entender por qué existe ese Derecho y no otro, y también para desvelar el sesgo ideológico de alguna de estas ramas, o de un determinado enfoque en particular. Nada mejor que el Derecho Mercantil como ejemplo: se trata de una rama del Derecho que surge en el siglo XVI como prerrogativa de una clase social ascendente, la burguesía, que presiona activamente para obtener una jurisdicción propia, independiente de la regulación general que ofrecía el Derecho civil. Después, en el curso de la Revolución francesa, se intenta “domesticar” esa rama bajo la pauta del principio general de igualdad, pero sin demasiado éxito. Hoy en día, el Derecho mercantil vuelve a ser la prerrogativa y el privilegio de las grandes empresas transnacionales (los mercaderes de hoy), que desean desarrollar sus negocios con la menor intromisión posible del Estado y con independencia total de las reglas de la democracia. Esto solo se entiende bien cuando adoptamos una mirada histórica de largo alcance.
Ahora bien, si pensamos en el abogado en el sentido del foro, yo creo que también es imprescindible la historia. Si el abogado tiene algo de sentido histórico, puede armar mejores estrategias, puede recurrir a la historia del derecho, a la intención del legislador en su momento, o puede hacer caso de la dinámica histórica de determinadas legislaciones, o de la historia jurisprudencial de algún problema, y a partir de ahí argumentar. En general, si un abogado conoce bien la historia de la comunidad en la que se desenvuelve, estará más capacitado para comprender los intereses de su cliente y los sesgos ideológicos con los que se encontrará al ponerse frente al juez, o al rebuscar entre el material normativo que le ofrece la legislación vigente. Por la misma razón, estará más capacitado para llevar a cabo una argumentación creativa, para ver posibilidades donde a primera vista no parece haber sino un muro infranqueable.
De hecho, tanto para juristas en sentido amplio, como para abogados forenses, es importante subrayar que la historia sirve para volvernos creativos. Te ayuda a descubrir conexiones que no están en la superficie inmediata, te ayuda incluso a interpretar mejor a la persona que tienes enfrente, o a tu propio cliente. La historia en la abogacía sirve porque te ayuda a desdogmatizar muchas cosas, a ponerte en el lugar del otro. Cuando, por ejemplo, aprendes que en el derecho ruso no existió la separación entre derecho público y privado hasta bien entrado el siglo XIX, o cuando te das cuenta de que el liberalismo y el pensamiento democrático surgen en contextos dispares, de la mano de autores muy distintos, relativizas muchos de los lugares comunes que nos venden en los manuales al uso y en el discurso dominante. Lugares comunes que, por supuesto, están allí para afianzar el statu quo y para hacernos creer que no existen formas alternativas de pensar la realidad.
Por supuesto, no estoy hablando de la historia como algo lúdico o puramente ornamental, la historia no vale para ponerle ribetes y lazos de colores al estudio que uno hace, sirve para hacer crítica a una determinada ideología. Hay una cierta tendencia a hacer historias totalmente funcionales al orden establecido, señalando selectivamente hitos del pasado en sucesión escalonada, como peldaños cada vez más perfectos hasta nuestro mundo actual, como si existiese una línea que conduce ininterrumpidamente desde la barbarie del pasado hasta la civilización actual. No me refiero a ese tipo de historia, sino a la historia que se compromete con la crítica de la ideología y es capaz de reconocer que la Ilustración, por ejemplo, fue un periodo de luz en bastantes aspectos, pero también el momento fundacional del desastre ambiental y del neocolonialismo contemporáneos. Me refiero al tipo de historia que, al estudiar la Revolución francesa, habla de Olimpia de Gouges y de los derechos de las mujeres, y que denuncia el carácter patriarcal de la organización jurídico-política que nos legaron.
5. ¿Estás a favor o en contra del uso de la toga en la profesión?
LLl: Me da un poco igual, la verdad. Quizás no hace falta pero tampoco lo veo tan importante. Si me ponen ante la dicotomía de decir sí o no, te contestaría que no. Me parece importante aproximar el derecho a la experiencia cotidiana, pero no sé si esta sea concretamente la estrategia a seguir.
6. A diferencia de otros operadores jurídicos como el juez o el legislador, la figura del abogado no se encuentra teorizada dentro de la Filosofía del Derecho. ¿A qué crees que obedezca esto? ¿No pensarías que dicho estudio corresponde tradicional y propiamente a la sociología jurídica?
LLl: Yo creo que no. Tengo la impresión de que existen muchos asuntos importantes para legos y juristas que tienen vínculos con el Derecho desde diferentes puntos de vista, que sin embargo se relegan sistemáticamente a la sociología jurídica. Algo que no cabe en el canon de la teoría jurídica, en el catálogo precocinado de temas, autores y problemas que encontramos en la mayoría de los manuales, se dice que corresponde a la sociología del derecho. Esto ocurre con el abogado, con la temática del derecho y el poder o con las cuestiones de género…
Si hay algo que tiene que ver con el Derecho, y de manera directa, es precisamente la figura del abogado. Por lo tanto, este debería ser tratado por la Filosofía del derecho.
Creo que la no tematización del abogado se debe a que la Filosofía del derecho, tal y cómo la conocemos hoy en día (siguiendo la estela de González Vicén, como aquella disciplina que surge en tanto que manifiesto y correlato académico del positivismo jurídico) se formó de manera un tanto autoritaria, en el sentido amplio del término. Se forjó como una disciplina que servía para delimitar el concepto de Derecho en relación con el Estado, y exclusivamente en relación con este. Derecho, entonces, sería todo aquello que es producido por el Estado, descartando por lo tanto al derecho canónico o al derecho de aquellas comunidades que, aun figurando dentro de los límites geográficos del Estado, no representan la cultura hegemónica del mismo. Incluso, hubo autores del siglo XIX que descartaron al derecho internacional como derecho en sentido estricto. Todo eso, sin lugar a dudas, tiene un punto autoritario. Desde ese planteamiento, el derecho se percibe en sentido vertical, como una cadena que conduce desde el legislador, que produce el derecho, hasta el ciudadano, que lo recibe. Todo el discurso de la soberanía popular, según el cual el legislador es investido de autoridad por la ciudadanía, casi nunca es más que pura parafernalia, por lo menos en lo que se refiere a la teoría jurídica, porque la propia ciudadanía no suele ser objeto de tratamiento por su parte. Es un punto ciego de la teoría. El único punto de quiebre posible de ese juego vertical es el juez, que es casi siempre percibido como alguien que puede desvirtuar la voluntad del legislador. Yo creo que la filosofía jurídica comenzó a tematizar el momento judicial porque interesaba limitar las potestades del juez, para no desvirtuar esa voluntad original del legislador, que es donde, digamos, radicaba la potencia del Estado.
Incluso aquellos autores que intentaron impugnar ese punto de vista del derecho (estoy pensando en los diferentes antiformalismos del siglo XX), cayeron, yo creo, en la trampa de fijarse de forma casi exclusiva en el juez. Ahí tienes la doctrina del derecho libre, que pensaba en un juez más creativo, o la doctrina de Gény de la libre investigación científica, que abogaba por un juez un poco más libre en la elección de fuentes; ahí tienes también a Philipp Heck, que planteaba únicamente la problemática del juez. En ese sentido, creo que hay una inercia epistemológica debida a la circunstancia política de cómo surgió el positivismo, de la mano del auge del Estado moderno como ente monopolizador de la fuerza. Para hablar del abogado, en efecto, haría falta sofisticar ese modelo vertical, que por cierto encuentra un momento álgido en la metáfora de la pirámide kelseniana, y ver el derecho como una red, como un ente difuso, lleno de puntos de repetición y de centros de producción. Uno de estos puntos, especialmente interesante por su posición dentro del juego del proceso y de su cercanía al ciudadano, sería el abogado.
7. Entre estrategias lingüísticas, procedimientos complicados, infinidad de normas, parecería que el derecho se encuentra rodeado de barreras y obstáculos para que una persona que no tenga un mínimo de conocimientos jurídicos acceda al mismo. Este aislamiento del derecho ha generado graves problemas estructurales de índole democrática, y de acceso a la justicia. Sin embargo, por otro lado, indispensablemente se necesitan técnicos especializados para desplegar el potencial del mismo. ¿Pueden hacer los abogados algo para contribuir a desmonopolizar el derecho? ¿O acaso serán ellos mismos parte del problema?
LLl: Yo creo que la abogacía es parte del problema, en el sentido de que gran parte de los abogados que se licencian cuentan, hoy en día, con una visión un tanto acrítica. Esto es así porque la enseñanza del derecho está constituida justamente para eso, para formar profesionales que no se planteen su función social, que no hagan crítica ideológica del derecho, ni de las profesiones jurídicas. En general, los abogados aprenden a comportarse como élites y a desenvolverse de forma corporativa, como un gremio que ostenta buenas dosis de poder social Ese poder social se sustenta, precisamente, en el manejo de un lenguaje extraño, en el cultivo críptico de ciertas tradiciones, de ciertos ritos y en el levantamiento de barreras intelectuales. Evidentemente, hablo de la abogacía en tanto que institución, no en relación con personas concretas. Hay, sin duda, muchísimos abogados comprometidos con la justicia y con los problemas sociales. Sin embargo, estructuralmente hablando, creo que son parte del problema.
Desde ese punto de vista, habría que desprofesionalizar y destecnificar el derecho. Porque como tú bien decías en el planteamiento de la pregunta, en muchas ocasiones el abogado, o el notario, o el juez, mantiene relaciones chamánicas con los ciudadanos. Es decir, son personas que manejan un lenguaje tremendamente abstruso, que se visten de forma extraña, que te reciben en un despacho cuya disposición física, decoración, etcétera, configura en muchas ocasiones relaciones de poder, incluso entre la ciudadanía y la persona que hipotéticamente debería estar para servirla, y que en última instancia generan sensaciones de miedo, de hostilidad, de extrañamiento frente a la ciudadanía.
Eso se puede corregir con una reforma del lenguaje jurídico, que no necesariamente debe capitanearse desde arriba, sino que quizás debe plantearse desde la base. Eso también puede cambiarse con una reforma de las altas judicaturas, siguiendo por ejemplo la senda de Bolivia, que ha introducido la elegibilidad de los miembros del tribunal constitucional, y también, y sobre todo, a través de una reforma de los estudios jurídicos, fomentando otro tipo de abogacía, más preocupada por su papel social, introduciendo asignaturas de política, de sociología, incluso de artes, de literatura, de cine, de ética, de filosofía en sentido amplio. Todo esto es muy difícil, es un reto muy complicado porque hay mucha resistencia en la profesión, pero es un reto que hay que abordar
8. Tú has criticado la obsesión dentro del grueso de la teoría del derecho contemporánea por el estudio de los vínculos entre derecho y moral, ya que estos tienden a diluir las relaciones entre derecho y política. Sin embargo, para el caso de los abogados parecería que la moral juega un rol primordial dentro de su actuar, incluso más que la política. ¿Qué opinas al respecto?
LLl: Es muy complicado pero pienso que la distinción entre moral, política y derecho no es tan férrea. Pienso que a veces aquello que denominamos moral en verdad es política. Pienso que aquello que llamamos derecho en realidad es política, o está ribeteado por la política, o tiene, digamos, un componente político.
Lo que sucede es que cuando lo denominamos moral, esta tiene un aura distinta y produce una percepción distinta en el oyente al que nos estamos dirigiendo. Yo creo que una percepción un tanto anestesiante. Cuando planteamos la disputa entre derecho y moral y nos obsesionamos tanto con esta, creo que estamos viendo el problema, a veces, con cierta candidez.
Me parece que lo que ocurre más a menudo no es que sucedan problemas morales, sino problemas políticos. Problemas políticos en el sentido de intromisión del poder ejecutivo en la independencia de la justicia, problemas políticos en el sentido de que hay que aplicar normativas que son políticamente indeseables (pensemos en el caso de la reciente Ley Mordaza que se ha aprobado en España), problemas políticos en el sentido de que las altas cortes deciden problemas de naturaleza fuertemente política, como por ejemplo el aborto. Podemos abordar la cuestión del aborto como un problema ético, pero yo creo que es un problema político que involucra una estructura social patriarcal. Entonces, si se reduce a una perspectiva moral, se subjetiviza el problema, se diluye su naturaleza colectiva y se nos anestesia respecto a nuestra responsabilidad frente a ello, como si no se tratara más que de un problema de conciencia individual
Traído al tema de la abogacía creo que, muchas veces, los problemas de los abogados son problemas políticos y no problemas morales. Es verdad que muchas veces el abogado se puede ver en una tesitura éticamente complicada de tener que defender a una persona que a todas luces parece un criminal indeseable. Evidentemente ahí se sitúa en un problema ético, desde la perspectiva subjetiva del abogado. Pero si salimos de la perspectiva subjetiva del abogado y lo pensamos en un sentido mayor, también se está planteando ahí una problemática profundamente política, que es la del Estado de derecho, que involucra aspectos tan nucleares como el derecho de toda persona a tener una defensa, o el sentido de la política criminal de un gobierno. Estos son problemas políticos porque se produce una transición prácticamente invisible entre el terreno de la moral individual y el terreno de la moral colectiva.
A continuación, te diré una serie de nombres o conceptos y, por asociación, me gustaría que respondas lo primero que se te venga a la mente:
España |
Deslealtad |
Philipp Heck |
Una figura trágica. Originalmente tuvo ideas interesantes pero terminó ligándolas con el nacional-socialismo |
Temuco |
Soledad, lluvia, pero también cariño |
Alicia Florrick |
Un personaje apasionante que me sorprende a cada rato |
Latinoamérica |
Muy complicado. A veces me siento tentado a pensar que es el futuro, pero en realidad esa es una idea paradójicamente eurocéntrica: la eterna idea de El dorado, de Latinoamérica como algo exótico |
Cantabria |
Sentimientos muy contradictorios. La región de mi padre. Mi infancia |
Fernando Broncano |
Admiración |
Positivismo jurídico |
Felipe González Vicén. Algo en lo que creo que debemos seguir pensando. Un paradigma en el que todavía estamos insertos, pese a que algunos crean que no |
Universidad Carlos III |
Originalmente mi casa. Un lugar en el que fui muy feliz, pero que al día de hoy me ha decepcionado. |
Asterix |
Un clásico, mi clásico |
Jhering |
Mi otro clásico. Un personaje apasionante que todos los estudiantes de derecho deberían leer, por lo menos “La lucha por el Derecho” |
Felipe González Vicén |
Un autor que me ha marcado muchísimo. Alguien a quien me hubiera gustado conocer |
Chile |
Mi país de acogida. Aunque a veces me enerve un poco por ser un país fuertemente neoliberal y autoritario en muchos sentidos, le estoy muy agradecido |
Gregorio Peces-Barba |
Uno de mis maestros, una persona a la que tenía muchísimo cariño, pese a que en algunas ocasiones se comportaba de forma un tanto caciquil |
México |
El país más hospitalario en el que me he encontrado nunca |
Derecho |
Disciplina interesante si se estudia bien, con una perspectiva humanística. Profundamente aburrida de otra manera |
Madrid |
Mi ciudad, de la que estoy enamorado, y sobre todo desde que vivo lejos de ella. Me sorprende en cada esquina |