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Reseña: The Counselor, de Ridley Scott

photoAcabo de ver The Counselor, traducida en algunos países de habla hispana como El Abogado del Crimen, en otros, simplemente, como El Abogado, o, incluso en algunos más, de forma literal como El Consejero.

Esta película, estrenada durante octubre del 2013, fue dirigida por Ridley Scott (que vale mencionar, es uno de los directores cuyo trabajo más aprecio) y escrita por Cormac McCarthy (que, casualmente, es también uno de los artistas que más disfruto leer).

Protagonizada por Michael Fassbender, Cameron Diaz (mi amor platónica durante mi primera pubertad), Penélope Cruz (mi amor platónica durante mi segunda pubertad), Javier Bardem (cuyas primeras actuaciones me parecen fantásticas) y el gran Brad Pitt, la trama de este filme se centra en un enredado conflicto entre narcotraficantes. Digamos que es un drama, un thriller, a medias aguas entre estas dos categorías, cuyos principales escenarios acontecen en el norte de México; en esa frontera norte que, para bien y para mal, tanto gusta y llama la atención a productores, cineastas, escritores, y creadores en general, llamada Ciudad Juárez.

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Desde que comencé a escribir sobre abogados me siento obligado a consumir cualquier producto cultural sobre los mismos. Esta obsesión, complejo, chiflasón, o lo que sea, seguramente, no solo me lo tendría que resolver el diván sino, también, mi director de tesis, pero en fin. Sé, que al final, esto me sirve para escribir mi proyecto doctoral, a pesar de que muchas veces las películas para abogados tengan menos brillo que zapato de gamuza, que las series para abogado sean más aburridas que un partido de Rayados, o que la literatura sobre abogado sea más inoportuna que cuñado en Navidad… ¡Y sin embargo, aquí estamos!

Cuando se estrenó The Counselor me encontraba en España, y recuerdo haberme emocionado por la misma, pues además de su tremendo reparto, lo que más me hizo entusiasmarme por esta película fueron tres motivos:

  1. La dirección de Ridley Scott, a quien aprecio mucho (del verbo demasiado, a pesar de algunos de sus fiascos cinematográficos de carácter dominguero) desde Blade Runner, hasta que descubrí, y me enamoré de la saga de Alien, esto por el fantástico universo alienígena que nos entregó en la década de los ochenta cuando todavía no teníamos ni idea de cómo era el universo, y el cual todavía perdura hasta la actualidad con atrevidos aspavientos fílmicos como Prometeo (que a mi sí me gustó), y su segunda parte que se estrena el otro año.
  2. La prosa de Cormac McCarthy, que me parece de verdad, de las arriesgadas, de las que a uno le provocan desasosiego y desolación hasta el grado de cerrar el libro, y preferir no leerlo, o por lo menos no leerlo de noche. O sea desde que leí La Carretera, y después vi la adaptación de los hermanos Cohen al cine de No Country for Old Men, dije este tipo está loco. Esto es lo que me gusta leer, y desde ahí no le pierdo la pista.
  3. Los primeros dos elementos, es decir la combinación del lente de Scott y las letras de McCarthy. Lo mejor de dos de mis mundos. Como cuando me compré una camiseta que concertaba una imagen de Darth Vader con una frase de Pink Floyd. Algo así, yo qué sé. O sea, me sobrexcitan estos tándems entre artistas, entre campos que no suelen tener coincidencias, tipo cuando Paul Thomas Anderson dirigió Inherent Vice basada en la novela de Thomas Pynchon, o cuando Patti Smith recita versos de Roberto Bolaño, o cuando Xavier Velasco escribió una novela sobre Caifanes… La conjunción, la interdisciplinariedad de las no disciplinas, el incesto artístico, todo eso me vuela la cabeza. Ya está, creo que ya me di a entender.

Por tanto, mis expectativas sobre este filme eran bastante, pero bastante altas. Más altas que las expectativas que se tenían de Castro y su pandilla cuando triunfó la Revolución Cubana, ADENDO había escrito también que la reunión de las Spice Girls durante las juegos olímpicos en Londres, pero tiene razón Bruja Guachichila (@nellop13) cuando me reclama que las Spice lo hicieron muy bien, entonces rectifico y digo más altas que las expectativas generadas por la reunión de Menudo TERMINA ADENDO, que Fox cuando derrotó al PRI en el 2000, incluso, mucho mayores que aquella vez que Jesucristo resucitó y dijo que volvería. En cualquier caso, el resultado es el mismo: la pinche, y siempre parrandeada, decepción.

Y es que sí. No hay nada más terrorífico que las expectativas altas, porque estas implican un riesgo superfluo, una idealización, una quimera construida, poco a poquito, a base de fantasmas, de promesas no cumplidas, de oscuros deseos inalcanzables, de todo lo que no será pero que, por alguna extraña razón, no perdemos la ilusión en que llegará a cumplirse. Y bueno aunque una consigna popular afirme que la esperanza es lo último que muere, no hay que olvidar que esta muere, la esperanza muere al último dice otro dicho, entonces eso: batallas perdidas, que quizá y tal vez, pero solo tal vez, podamos librar de buena manera si fuéramos consientes de lo inconscientes que somos al esperar algo que, sencillamente, no es. Ya lo dijo Beckett, “Ever tried. Ever failed. No matter. Try Again. Fail again. Fail better”, o sea, y traducidito a lenguaje pulcro, a mexicano antiguo, sería algo así como: “Cágala no hay falla, no hay pex, igual la vas a volver a cagar y hasta la vas a cagar mucho más mamalón”. Algo así. Y concuerdo con el que todavía está Esperando a Godot, con él, y con mi mejor amigo que me escribió hace unas semanas un correo sobre el tema (transcribo pues no le sobra ni una sola palabra a lo que me envió):

“Kierkegaard se cuestionaba que en qué lugar
del mundo estaba escrito que el ser humano debía ser feliz, que quién
había escrito que se debía buscar la felicidad, que todos estos eran
pensamientos que damos por ciertos sin cuestionar si esto debe ser así
o no. Sino que tal vez lo relevante de la vida del ser humano no sea
ser feliz, sino luchar contra las contingencias de la vida. Tener una
consciencia de lucha.
No sé si Kierkegaard tenía razón, murió solo y posiblemente triste
pero en pie de lucha contra toda la sociedad danesa: el gobierno, la
burguesía, la iglesia, los diarios, solo contra todos.
En fin, en momentos como estos poco importa si tenía razón o no, o si
lo importante es ser feliz o se impone la obligación moral como
pensaba Kant, tal vez lo relevante es pensar que pase lo que pase no
nos vencerán tan fácil, que seremos como aquellos griegos que ante la
tragedia le exigían a los dioses más, siempre más; ante cierta o mucha
desazón, imaginemos a Sísifo feliz.
Y siempre vuelvo a las Batman de Nolan: “¿Y por qué lo vamos a perseguir?
– Porque él lo puede soportar” Jajaja.”

Soportemos entonces, a la mierda el de Königsberg y su Fundamentación de la metafísica de las costumbres. No pasa nada, y si pasa tampoco con eso de las expectativas. Lo que pasa es que el factor tiempo conjugado con lo de las expectativas resulta, profundamente (qué bonita palabra) dañino. A ver… Me perdí. Mal. Esto se supone que es una reseña, y lo cierto es que no es otra cosa que una manera de evitar al terapeuta, a ver, no. Intentaré centrarme. ¿En qué me quedé? Expectativas, España, errores, ya. Ya me acordé. A ver un punto y aparte para seguir.

Tenía muchas expectativas, tantas que no vi la película cuando se estrenó, y ahora me doy cuenta que la olvidé, y que pasaron más dos años hasta el día de hoy que me la encontré en la televisión y la pude observar tranquilamente y con toda mi atención. Esto que hablo de toda la emoción que me provocó, y que sin embargo dejé pasar, tiene una razón, más bien económica, la verdad. El cine allá en España es caro, la verdad muy caro, y bueno como estudiante, uno sencillamente tiene que evocar a Alexy y ponderar…, entonces, o se come bien, se sale a tomar cerveza, de vez en vez se compra un librito, o, sencillamente se gasta el presupuesto en cine…, en buen cine. Entonces lo que hacía, era leer mucha crítica. Meterle mucho blog, mucho foro, y si de plano a una película ya me la ponían mal pues resolvía no verla. Es decir confiar en la omisión y, también (¿por qué no?) en la solidaridad, y en la confianza. Y así fue con The Counselor, la olvidé por completo, la borré de mi mala memoria y apareció hasta el día de hoy. Suerte un poco, la verdad. O sea, estaba tirando en el sillón de la sala de mi mejor amiga viendo Los Simpsons, y anunciaron que, pasadita la media noche, en el canal FOX pasarían esta película. Entonces, eso. Me limité a voltear el celular, y centrar toda mi atención en El Abogado del Crimen que debí de ver hace años, y que para fines de la tesis, y del momento en el que me encuentro, no me viene mal. No me vino mal, hasta que la vi.

La película no solo me decepcionó, sino que también me aburrió y me pareció más bien mala. Mala del verbo mñé. Para empezar he de decir que no es una película de abogados, me pareció una película con un tipo que actúa como abogado, pero que no necesariamente es tal. Es más bien de narcos, de malosos, de mafias, de facilitadores, de personas tan ambiciosas como absurdas que no hacen otra cosa más que cosificar todo lo que tocan, todo lo que les rodea.

La traducción de Counselor a “abogado”, no me queda nada clara, pues si bien es cierto que hay un par de frases explícitas que hacen referencia a estos operadores jurídicos, como por ejemplo:

  • Cuando el personaje de Bardem le dicen al de Fassbender (quien vendría a ser el “Counselor”) que el título en Derecho es casi una licencia para robar discretamente.
  • Cuando en la primer escena que sale Brad Pitt le advierte al “Counselor” que los cárteles mexicanos no tienen piedad con las personas, sobre todo con los abogados.

También lo es que el papel del protagonista, de quien la hace de “Counselor”, de consejero, de abogado, no me termina de convencer como tal. No sé, igual cosas mías, igual esos fantasmas que citaba antes, igual algo que no concuerda, que no es consecuente. A veces Fassbender parece más economista, CEO, padrotillo, politiquero, ipeco, algo, pero a lo que nos tiene acostumbrado el imaginario colectivo sobre el gremio de los abogados más bien no termina de cuajar. Quizá quieran presentar a alguien más tendiente a las relaciones públicas, a un libertario temerario, un free rider reconvertido al obsceno mundo del vicio, y sí, eso está bien con lo que, muchas veces, viene a significar la profesión pero creo que aquí se les va un poco-mucho de las manos. Porque no viene a ser propiamente un “Narcoabogado” (por acá un buen libro que sí viene a reflejar lo que estos son en el contexto de la guerra contra el narco en mi país), ni tampoco un abogado del narco, no me deja insatisfecho, ni una cosa ni la otra, por un lado queriendo ser parte del desmadre, pero por el otro enamorado, o con un pasado turbio que se intenta palear a través de una trama más bien sentimentaloide y cursi, que en lo personal me dio hueva, fiaca, pereza.

pUnas escenas de sexo que rayan en el porno malo, y embarazoso, cuya visualización, comparada con lo que estimula la lectura del Libro Vaquero (un saludo al actual Gobernador de Nuevo León) es más bien escasa, me parecen desangeladas en muchos sentidos, y no me terminan por aportar algo. No me queda la menor duda que la escena de Cameron Diaz teniendo sexo con el carro de Bardem pasará a los anales del cine como una escena memorable, pero más que por lo bien lograda, por su absurda propensión a llamar la atención por el simple hecho de llamarla.

El resultado final de la película no lo termino por entender. Si queremos narco, México profundo, Colombia, digo perdón loCombia (como le diría mi maestro ChecoElías a la tierra adoptiva de Nora Picasso) profunda, Juárez, Ciudad Gótica, sangre, futurismo que ya está aquí, ahí tenemos la bien lograda Salvajes, de Oliver Stone, la serie Narcos que la encontramos en Netflix, la misma Breaking Bad, la literatura de Fernando Vallejo, incluso contraviniendo los pocos principios que me quedan algunas cosas que escribió García Márquez sobre el tema, hubo otro más que leí sobre este tópico que era colombiano, ¿quién era? Madres, no me acuerdo, a ver… Ah no, mal, estoy confundiendo países y latitudes literarias. Perdón. Ah chingá, no, no, esperen, sí hay alguien… ¡YA! Pésima mi memoria, pésimo burlarse del presidente Peña Nieto que no se acordaba de sus libros favoritos, es el de Juan Gabriel Vázquez, el de El ruido de las cosas al caer, en fin. No, no me parece un producto bien logrado. No sé si Cormac McCarthy, y me da igual, conoció alguna vez México, pues, probablemente, la mejor novela norteamericana la escribió un ruso, y la mexicana un tipo que nació en Chile, entonces eso da igual, pero el sabor de insatisfacción es uniforme, El Abogado del Crimen me parece una película mal lograda, confusa, que me desorienta y al mismo tiempo me hace investigar sobre si, realmente, vale la pena tener expectativas cuando se juntan dos de mis mejores mundos.

No lo sé, puede ser que el problema no sean ellos, sino sea yo. Siempre cabe esa posibilidad. Pero confieso que, rescatando algunas escenas y algunos diálogos, no recomiendo gastar dos horas de su vida viendo The Counselor.

Al final, pero solo y muy al final, me doy cuenta que no estuvo tan mal no ver esta película en España, ni tampoco haberme gastado nueve euros en la entrada, ni mucho menos haber llevado esa decepción que me genera la expectativa alta respecto a Scott y McCarthy.

Recapitulo, que escribí cualquier cosa menos un intento de reseña:
Uno. La película me pareció mala. La delgada línea entre el aburrimiento y la confusión.
Dos. A pesar del nombre, no diría que es una película de, y para, abogados.
Tres. Igual sigo queriendo, y mucho, a Ridley Scott y Cormac McCarthy. De hecho, tendría que leer la novela del segundo para ver qué tan bien está adaptada, o si refleja, fielmente, lo pretendido.
Cuatro. Le temo a las expectativas altas pero igual le temo más a no tener expectativas.
Cinco. En una escena, casi al final, hay un pequeño guiño, un discreto homenaje, a todas las personas desaparecidas durante la guerra contra el narco en México. Eso se rescata, y se resalta, y se aplaude, pues antes que el narco, los abogados, son, precisamente, esas personas sobre las que deberíamos estar ocupándonos.
Seis. La película, además de mala, también me pareció machista, clasista, xenófoba, ¡vaya casualidad!, justo como mi país.

Reseña: Justicia de Gerardo Laveaga

Ayer leí las 324 páginas de Justicia, libro publicado por Alfaguara en 2012, escrito por Gerardo Laveaga.

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Me gustaría decir que es una obra mala, pero no lo es. Aunque no por no ser mala, significa que es buena.

De este autor he leído algunos capítulos de un libro que tiene sobre Cultura de Legalidad, editado por la UNAM, para un fallido proyecto sobre este tema que alguna vez me encargaron, y, por lo general, estoy al pendiente de lo que escribe en su columnas de opinión en el Excelsior.

A pesar de que sabía de la existencia de la novela, y por ende, de la faceta de escritor de Laveaga, lo cierto es que comprar Justicia, no se encontraba, pero para nada, dentro de mis prioridades bibliográficas. Sin embargo, siempre hay un sin embargo…

El libro, como ya he mencionado en otro post, lo terminé comprando cuando estaba en Monterrey, a finales de 2013, al acompañar a mi abuelo a hacer el súper al H-E-B (imaginen que van a una librería a comprar lechuga; bueno, así de absurdo es comprar un libro en un súpermercado), descubriendo que se encontraba en oferta.

El precio era de 100 pesos. Sí, 100 pesos, es decir 5.70 euros. Que para ser un Alfaguara, 2012, más de 300 páginas, edición bonita (no la de bolsillo) me pareció sensato. De hecho, acabo de regresar de La Central de buscar Las reputaciones de Juan Gabriel Vásquez y claudiqué, precisamente, porque el precio, 17.50 euros, me pareció excesivo.

En fin… La novela de Laveaga, trata sobre el sistema de justicia penal y de justicia en México. Independientemente de lo que diga cualquier reseña, al final, su obra es una intento de thriller jurídico.

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También puedo afirmar que esta novela es la primera que se escribe sobre la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), o más bien, donde esta institución es parte medular de una obra literaria, pues de sus protagonistas (ministros, o pasantes), o de su actuación en conjunto, depende gran parte del desarrollo de la trama.

Ahora bien, decía que Justicia no es mala, pero tampoco es buena. O quizá deba decir: Como novela es más bien de las malas. Como novela negra también. Como thriller, mmm mñeee, me cuesta decir que es buena, pero lo diré. Sí es un buen intento, pero a mi no convence. A continuación, intento, explicar esto…

No soy quién para hablar de novela negra, para eso está mi maestro Roberto Giacomán, pero con lo poco que he leído sobre este tipo de literatura en México, la prosa de Gerardo Laveaga comparada con las desventuras de Héctor Belascoarán Shayne de Paco Ignacio Taibo II, o las aventuras de El Zurdo Mendieta de Elmer Mendoza, es casi tan sosa como leer un informe de algún órgano administrativo mexicano. Comparado con Qiu Xilong o Leonardo Padura, por mencionar dos autores no mexicanos de novela negra que he leído en los últimos meses, Justicia está lejos, muy lejos de ser algo que pueda denominarse como buena novela negra, o sencillamente como novela negra.

Cuando leo novelas de detectives me dan ganas de ser detective. Cuando leo novelas de samuráis me dan ganas de ser samurai. Cuando leo novelas de abogados no me ocurre lo mismo. Y más en este caso.

Pasaré por alto la estructura narrativa que elige el autor (hay capítulos en primera, en segunda y en tercera persona, a veces, incluso combina el diálogo epistolar), pues lejos de parecer una estrategia confusa, me parece un recurso hábilmente utilizado para intrigar al lector y hacer más ágil la lectura de la novela.

También pasaré por alto el título. Que además de pretencioso, no refleja ni mínimamente lo que intenta contar. ¿Quién se atreve a titular un libro Justicia? Ok. Michael Sandel. Pero Michael Sandel es Michael Sandel. En todo caso, la obra de Laveaga se debería de llama Injusticia, o haciendo un guiño a la famosa composición de Thalía, Justicia a la mexicana.

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Y es que, precisamente, lo que no se puede pasar por alto, es lo saturada que encuentro la novela de tópicos comunes, clichés, y estereotipos sobre ciertos temas que aborda Laveaga. El principal de ellos la corrupción. En la novela, no hay alguien que no esté coludido, inmerso en un escándalo, le deba favores a otros y los utilice a su favor, sometido a una relación de subordinación, sea víctima o victimario de un chantaje, esté corrompido, o lo que sea.

Bien es cierto que él mismo dice que en un futuro quiere pensar que escribió una novela costumbrista, que reflejó, a pesar de que todo es una ficción, un determinado momento de cómo funcionaba el sistema de justicia penal en México. Totalmente válida la aspiración del autor, pero desde mi punto de vista abusa, y por ende, caricaturiza lo pretendido. Y, a veces, se torna patético.

Por ejemplo, una de las protagonista Emilia, la típica niña de clase media/media-alta, con alma jipi pero al fin burgués, estudiante de la Escuela Libre de Derecho, prodigio de su clase, guapa-guapísima, su pasión es el chelo, con una mamá (no recuerdo si divorciada o era viuda, pero da igual cualquier alternativa, para fines de la construcción del personaje es lo mismo) controladora y preocupada más por el qué dirán que por la felicidad de su hija, con un novio abogado/machista/mirrey/malacopa, socio de un importante despacho de abogados de la Ciudad de México, que se enamora del supuesto héroe de la novela (que obviamente termina dejando)… Que resulta ser la heroína de la novela, tanto resolviendo el misterio del crimen sobre el cual gira la misma, como reivindicando un difuso espíritu justiciero en el derecho e intentando cambiar el sistema, es decir intentando fallida y patéticamente cambiar México.

Ese lugar que en la novela es México y donde ocurren casos similares a lo ocurrido en dicho país (aunque “creativa e ingeniosamente” con otros nombres (esto es sarcasmo)), como el del News Divine, el de la guardería ABC, las controversias de los primeros casos del sistema acusatorio en Chihuahua, y la tragedia del Casino Royale, resulta tan parecido que termina por curiosamente no parecerse. También las similitudes entre los personajes, en la ficticia composición de la SCJN, existen solo dos mujeres una progre y otra conservadora, justo como en la vida real, y hasta el nombre de uno de los personajes que la hacen de ministros, Alberto Pérez Dayán, coincide con uno de los actuales ministros de la Suprema.

No por nada, Laveaga dedica su libro a tres personas, relevantes en el ámbito jurídico mexicano, agárrense:

  • Justice Cossío (ministro de la Suprema)
  • Ángel Junquera (abogado, director de la revista El mundo del abogado, de la cual precisamente Laveaga es colaborador habitual)
  • Abraham Zabludovsky (imagino es el hijo de Jacobo con el mismo apellido importante abogado y comunicador mexicano (y quien, según yo, se parece a Ferrajoli))

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También, lo que le reprocho a Laveaga es que le falta calle. Cuando intenta hablar como el personaje que es taxista, no parece taxista. Acaso, algunos diálogos en los penales están bien pero quedan a deber. A mi parecer, sigue pareciendo que la novela fue escrita por alguien inmerso en el derecho y que por tanto, y a pesar de haber leído y conocido tanto (pues no cabe duda de que el tipo sabe), no transmite una sensación verdadera con ciertos personajes. Esto lo afirmo, una vez más, al comparar la manera en que personajes utilizadas en novelas que abordan temas afines en México, como por ejemplo Diablo Guardian de Xavier Velasco, o La Reina del Sur del Arturo Pérez-Reverte. Los personajes de Laveaga está muy forzados, y al final y parecen todos sacados de un mismo cajón: un cajón de algún triste burócrata. Preocupado más por la forma que por el fondo.

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Prefiero no hablar sobre las escenas de sexo. Basta decir que El Libro Vaquero o la sección de ropa interior del catálogo de Avon resulta más erótico.

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A pesar de que es predecible, como thirller digo que está bien. Aunque yo como lector, antes que los protagonistas, supuse e imaginé el desenlace del misterio, (que se puede intuir desde pasada la página 100). La novela es muy ágil. Engancha, no sé si es por la estructura narrativa utilizada o porque la temática al fin y al cabo es una temática que me resulta común y por tanto atractiva. No sé, soy más de finales intempestivos. Y giros de último minuto. Pero bueno, no puedo decir que Justicia no mantiene un cierto misterio durante todas sus páginas.

También como novela en el marco de la corriente de derecho y literatura, inaugurada por Posner ya hace más bien algunos años, es un buen instrumento para la enseñanza de diferentes procedimientos de justicia en México. Las escenas de los reclusorios, los procedimientos del sistema penal, y sobre todo cuando aborda el funcionamiento, más como tribunal político que jurídico, de la SCJN, están bien.

¡Un, dos, tres por Laveaga que está atrás del vidrio polarizado emulando a El pensador!

¡Un, dos, tres por Laveaga.

En este sentido, si digo que a mi Justicia me pareció una obra mala. Probablemente sea por lo que acabo de escribir, pero como en todo, existen opiniones contrarias en blogs y foros. Jorge Volpi, pone bien a la novela. Me llama la atención, porque Volpi en sus criticas literarias suele ser bastante despiadado y riguroso. Con decir que a Bolaño le clasificó algunas obras como malas, digo todo. Esto, tal vez, pero solo talvez, y que conste que estoy suponiendo, pueda obedecer a dos motivos. El primero. Ser del mismo grupo editorial, que lo dudo. Y dos. Que Laveaga es amigo de Eloy Urroz, miembro de la generación del Crack, de la cual también forma parte Volpi. Y por tanto, entre amigos, o amigos de amigos de mis amigos, solemos ser más benevolentes. No sé, son suposiciones. Pero bueno desde que Volpi defendió, o intentó defender a Bryce Echenique por lo ocurrido en la FIL en Guadalajara, ya no sé, qué tanto pensar de su objetividad como crítico. Pero ahí muere.

Voy terminando. La verdad es que NO, (hehe me encanta cuando para dar una noticia que engloba una disyuntiva dicotómica se usan mayúsculas para dar énfasis), recomendaría esta novela más que a dos tipos de personas.

1. Quienes trabajan en la SCJN.

2. Quienes estén interesados en la SCJN.

Si no eres una persona nacida en México, que te interese (profundamente) el derecho. No gastes 100 pesos en esta novela. Te la cambió por alguna otra obra de Gerardo Laveaga (especialmente si es jurídica, aunque no descarto El sueño de Inocencio). Mis datos los encuentran abajo.