El pasado día miércoles 14 de febrero de 2018, en la Universidad de Alicante, tuve la oportunidad de entrevistar a Josep Aguiló Regla (Palma de Mallorca, 1959).
Josep Aguiló es catedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad de Alicante y profesor permanente en múltiples cursos de doctorado, maestrías y cursos tanto en Europa como en Latinoamérica. Es miembro del consejo de redacción de la prestigiosa revista Doxa. Y dentro de sus áreas de especialización y diferentes trabajos bibliográficos se encuentran temas como las fuentes del Derecho, la constitución en el Estado Constitucional, y la negociación y la mediación.
Aquellos que conocen a “Pep”, más allá del aula y de la difusión académica de sus conocimientos, no podrán negar su gran calidad humana. No por nada, hace ya algunos años, Jonxu Pérez Lledó se refirió a él en su tesis doctoral como una persona de elevada estatura (intelectual y humana, además de física). Precisamente, lo comentaba con una amiga española hace días, algo que nos llamaba la atención desde que fue nuestro maestro en el máster de Argumentación Jurídica, es que la mayor parte del tiempo el profesor Aguiló se encuentra sonriendo. Quizá no sepamos lo que está pensando, pero invariablemente refleja un gesto de alegría. Incluso, cuando le preguntábamos genuinamente en clase algo totalmente absurdo, o hacíamos un comentario fuera de lugar, Pep sonreía…, tal vez pensando que nuestra ignorancia rozaba niveles estratosféricos, pero acto seguido con una notable paciencia pedagógica intentaba respondernos develando su sensatez y compañerismo. Puede ser que me lo invento pero alguna vez escuché referirse a alguien a Pep como “el reducto racional” del seminario de los jueves. Probablemente sea una broma, pero, en definitiva, no es casualidad que antes que la confrontación, el choque, o la arrogancia (que, por lo general, suelen caracterizar a muchos espacios académicos), el profesor Aguiló sea un teórico de la mediación y la negociación, que, además, lo pone en práctica en el día a día.
De verdad, no me parece algo menor, porque hasta en las discusiones más álgidas, en los escenarios más polarizados, Pep guarda cordura y su espíritu conciliador sale a flote. Justamente recuerdo una anécdota cuando el Madrid (el mejor equipo del mundo, o por lo menos del siglo pasado, aunque le pese), ganó la undécima copa de Europa, Pep (como apasionado culé), sabiendo de mi ferviente fanatismo por los de Chamartín, antes que ignorar o alegar unas cuestionables decisiones arbitrales, decidió acercarse conmigo y felicitarme por el triunfo de mi equipo.
Eso de que para ser un buen profesional, buen filósofo, hay que ser una buena persona, Pep lo lleva a la práctica diaria y la verdad es que da gusto poder contar con alguien como él en estos espacios.
Agradezco a Pep el apoyo y su amistad. Las comidas apostadas (más bien ganadas) en el “Don Jamón” cada clásico de nuestros equipos de fútbol, su entrañable relación con México (vale la pena mencionar, más allá de una simpática anécdota relacionada con un desacuerdo lingüístico con los tacos de canasta, que le tocó presenciar el último sismo del 19 de septiembre, evento que a cualquier extranjero lo hace merecedor de la carta de naturalización), su confianza y su tiempo.
A continuación las 8 preguntas sobre abogados, y algo más, a Josep Aguiló.
1. ¿Qué es lo primero que tienes en mente cuando escuchas la palabra abogado?
Josep Aguiló (JA): Alguien con problemas. Sólo se acude a un abogado si se está en problemas. Hay quien piensa que los abogados crean los problemas (y puede que algo de eso haya) pero, en realidad, solo se acude a ellos cuando se tienen problemas. La Administración de justicia y todos sus actores los tengo asociados a la idea de problema, de conflicto.
2. Menciona el primer abogado o abogada (no importando sean profesionales, profesores, políticos o bien personajes de literatura, series de televisión o cine) que se te venga en mente.
JA: Atticus Finch.
3. Ya alguna vez has contado que los motivos por los que te involucraste el estudio teórico del Derecho, en concreto en la filosofía jurídica, obedecen a que te consideraron “inútil total” para el servicio militar, que entonces era obligatoria en España, pero ¿alguna vez pensaste ejercer como abogado?
JA: Tanto como el motivo, no, pero la circunstancia sí fue esa. La declaración de inutilidad para la mili generó la oportunidad de aceptar una invitación de Manuel Atienza; y allí empezó todo. Respecto de si alguna vez he pensado en ejercer de abogado, la respuesta es que no. Siempre he creído que hay algo en mi psicología que me impediría ser un buen abogado, y es una tendencia excesiva a ponerme en el lugar del otro; pero no en el sentido de mi cliente, sino en el de la otra parte. Es algo así como una inclinación a empatizar más con la otra parte que con mi cliente. En este sentido, creo que reúno mucho más las virtudes del mediador que las del abogado litigante.
4. ¿Estás a favor o en contra del uso de la toga en la profesión?
JA: A favor.
¿Por qué?
JA: La toga se usa en los procesos jurisdiccionales y, en mi opinión, en ese ámbito está plenamente justificada. Un abogado puede seguir diferentes estrategias para promocionar los intereses de sus clientes. Puede negociar, conciliar, mediar, etc. Todos esos métodos son alternativos a la jurisdicción pero operan bajo su sombra. La entrada en la jurisdicción significa un cambio muy importante en relación con ellos: supone el tránsito de la no formalidad de la sociedad a la formalidad del Estado. Remarcar (con el rito de la toga) ese cambio me parece plenamente acertado. La negociación presenta una compatibilidad con la libertad de formas que no puede presentar la jurisdicción; y la “artificialidad” de la toga es una clara manifestación de ello.
5. ¿Cuál crees que debería ser el papel de los abogados en un estado constitucional de Derecho?
JA: La referencia a un estado constitucional de Derecho alude -imagino- a que el abogado en cuestión opera en el interior de un sistema jurídico que en su conjunto se considera que está justificado. Ello supone que excluimos los roles del abogado que actúa como un resistente frente a la opresión o como un infiltrado que trata de boicotear el sistema jurídico. En este contexto, en el de un sistema justificado, el papel del abogado está siempre pillado por dos principios: uno le otorga el papel de colaborador de la administración de justicia y otro, el de representante de los intereses de su cliente. El buen abogado se mueve siempre en un equilibrio entre esos roles; a veces puede pesar más uno que otro, pero ninguno de ellos puede ser completamente ignorado. Suele decirse que los procesos judiciales son un caso de justicia procesal imperfecta. Con ello se quiere decir que hay un resultado justo y que el proceso está especialmente diseñado para procurar alcanzarlo (justicia procesal), pero no asegura que se alcance (imperfecta). Si uno se percata de ello, resulta evidente que el papel del abogado es esencial; y que el buen abogado contribuye de manera definitiva a una correcta administración de justicia. Pensemos, por ejemplo, en lo más básico, en su papel de traductor del lenguaje social del conflicto al lenguaje jurídico del proceso. En el medio social, el conflicto suele adoptar tonos y formas actorales; mientras que el conflicto en el interior del proceso es necesariamente temático. Asume por tanto la traducción del lenguaje del conflicto porque, por ejemplo, una demanda no puede versar sobre lo que una persona es, sino sobre lo que esa persona hace o deja de hacer.
¿Qué debe hacer pues un abogado? Representar los intereses de su cliente frente a los de la contraparte pero en un contexto en el que lo que se ventila es cuál de los intereses en conflicto es el legítimo. Por ello su papel no es sólo representar a su cliente, sino mostrar que los intereses de su cliente son los legítimos. El proceso versa sobre la legitimidad, la corrección de los intereses en conflicto.
6. En alguno de tus recientes trabajos sobre argumentar dialogando escribes que el papel de traductor del lenguaje del conflicto, desde siempre, se le ha atribuido a los abogado en relación con su cliente. Pues, mientras el cliente (entendido como actor del conflicto), tiende a personalizar el problema, el abogado (como profesional del conflicto), debe tratar de despersonalizarlo, de objetivarlo. ¿No es esto incompatible con la pretensión de corrección que encierra el Derecho? O mejor dicho, ¿esto no crees que generaría un cierto tipo de abogados autómatas cuyos fines egoístas se limiten simplemente a velar por los intereses de sus clientes?
JA: Naturalmente, la empatía tiene que ser una de las virtudes del abogado; el abogado tiene que empatizar con su cliente. Ahora bien, una cosa es empatizar y otra confundirse con él. Siempre que hablo de estas cuestiones invoco el principio deontológico de la “independencia” del abogado. El deber de independencia del abogado alcanza también la relación con su cliente. Eso quiere decir que el abogado es quien define la estrategia de defensa y quien se hace responsable de ella. El cliente puede rechazar al abogado, pero no imponerle la estrategia de su defensa. El abogado en este sentido nunca puede parapetarse detrás de su cliente. Todo ello es muy importante porque marca los límites de la empatía del buen abogado frente al cliente. El abogado ofrece defensa, no connivencia. Ese es el drama que de los abogados de mafiosos: que la mafia no tolera su independencia; les impone la connivencia. Menos dramático, pero también problemático es el caso de los abogados militantes (ecologistas, creyentes, feministas, animalistas, etc.) que empatizan demasiado con sus clientes (o con sus causas). Si no mantienen las necesarias distancias acaban generando una nada recomendable continuidad entre el discurso propio del foro público (social) y el del foro jurídico. Y ello tiende a ser contraproducente tanto para la promoción de los intereses del cliente como para la contribución a la correcta administración de justicia.
7. Afirmas que un buen abogado no es simplemente alguien que conoce las leyes y las usa para resolver casos. Que el entender al Derecho como práctica, y no sólo como reglas y procedimientos, reclama el desarrollo de una cultura de las virtudes profesionales de los juristas. ¿Se te ocurren algunas herramientas o procesos para lograr dicho objetivo?
JA: La verdad es que no, no se me ocurre. Las virtudes se aprenden, pero no sé muy bien cómo se enseñan. Lo que sí tengo muy claro es que la cultura jurídica ha ignorado por completo este tipo de cuestiones.
Pero a qué te refieres específicamente, a la deontológica, al sistema en general, a la enseñanza a la ética, a una concepción…
JA: La tradición jurídica positivista ha tendido a reducir el Derecho a normas (Derecho sustantivo, estática jurídica, etc.) y a procedimientos (Derecho procesal, dinámica jurídica, etc.). Esta manera de objetivar el Derecho produjo el resultado de imponer una concepción del mismo en la que los juristas eran prácticamente irrelevantes (invisibles en el momento del estudio del Derecho e intercambiables en el momento de su aplicación). La concepción del Derecho como práctica (que consiste en ver el Derecho como reglas orientadas por valores) pone a los juristas necesariamente en el centro de las operaciones jurídicas. Todo el postpositivismo es en parte el resultado de haberse tomado en serio el desarrollo del llamado punto de vista interno a las reglas. Y ello conlleva también una lectura diferente de las profesiones jurídicas. Para determinar los deberes profesionales ya no es suficiente con recurrir a la noción de ilícito (lo prohibido), sino que es necesario reflexionar sobre lo mejor dentro de lo permitido. El “buen profesional” no es simplemente el que no comete ilícitos. La ética profesional bien entendida no es nada distinto que una reflexión profunda sobre la excelencia en el ejercicio de la profesión. Para afirmar que un fiscal (un procurador) no debe acusar al que sabe inocente, no hace falta ninguna ética profesional: para eso nos basta el Derecho. La ética profesional opera en el marco de lo que no está prohibido por el Derecho. Respecto de los abogados podríamos decir lo mismo: para concluir que los abogados no deben apropiarse de las provisiones de fondos de sus clientes no hace falta ninguna reflexión ética, nos basta el Derecho. Pero sí es necesaria para calibrar en un determinado caso el equilibrio entre la empatía con el cliente y la lealtad con la administración de justicia.
8. ¿Cuál crees que sea el principal reto que afronta la enseñanza del Derecho en nuestros días?
JA: Un buen jurista, da igual si es juez o abogado, debe ser fino; y la finura es el producto de la combinación dos capacidades intelectuales: una es la de distinguir y otra la de emitir juicios de relevancia. Las distinciones sin relevancia desembocan en la pura sutileza. De forma que un jurista fino es quien es capaz de detectar las propiedades que le permiten construir las distinciones relevantes. Formar buenos juristas es formar sujetos con esas dos habilidades en el marco de un sistema jurídico. Naturalmente junto a eso hace falta renovar el compromiso ético de la cultura jurídica con la paz, la libertad, la igualdad, la democracia y los derechos humanos.
A continuación, te diré una serie de nombres y conceptos y por asociación me gustaría que respondas lo primero que se te venga a la mente:
Negociación |
Acuerdo |
Lionel Messi |
Un genio |
México |
Complejo |
Justicia |
Ideal racional |
Objetivismo moral |
Problemático y dificultoso |
Doxa |
Una gran revista |
El patrón del mal |
La mejor serie que he visto |
Técnica legislativa |
Una asignatura pendiente sobre la que tengo ideas relativamente claras. |
Fuentes |
Un concepto más claro de lo que parece |
“en pocas palabras” |
Un ideal regulativo de mi trabajo intelectual |
Constitución |
Una idea en crisis |
Servicio militar |
Algo que forma parte del pasado |
Barca |
Una pasión |
España |
Algo muy complicado |
Disputa |
Algo que me genera aversión |
Cristiano Ronaldo |
Un buen jugador |
Musica clásica |
La música |
Alicante |
Un lugar que nos permitió vivir en una burbuja intelectual |
Palma de Mallorca |
Tierra de afectos de la que siempre siento nostalgia |
Manuel Atienza |
Un gran amigo del que he aprendido mucho |
Derecho |
Algo mucho más interesante y difícil de lo que generalmente se cree |