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Cinco datos que no conocía sobre Ronald Dworkin

Ya he charlado con algunos profesores, colegas y demás gente del mundillo jurídico, incluso lo he posteado en este espacio, sobre la falta que hace escribir y conocer la microhistoria de la filosofía del Derecho. Conozco un par de grandes biografías, varios artículos académicos, algunos ensayos, pero sobre todo, prólogos, u obituarios en los que se suelen encontrar relevantes anécdotas para comprender de mejor manera los contextos de las ideas que sostienen y forjan  esta compleja y hermética disciplina.

Volví a Dworkin, porque uno siempre vuelve a Dworkin. No, como algunos me lo echaron en cara, para tratar de justificar la constitución moral que hace días propuso el candidato a la presidencia de México, Andrés Manuel López Obrador. Nada más errado (ABRO PARÉNTESIS (de hecho, me parece, que este tema más allá de encerrar peligrosos saltos conceptuales tanto de militantes como detractores por querer decir algo al respecto, bien podría solventarse a partir de lo que Genaro Carió denominó como una “seudo-disputa originada en equívocos verbales”, es decir, creo, que por el contexto y las condiciones de nuestra democracia, ni la idea de constitución ni la de moral del político tabasqueño refieren a los postulados postpositivistas bosquejados en las últimas décadas por distintos teóricos del Derecho, ni tampoco la cuestión valorativa y el compromiso respecto a nuestros ordenamientos constitucionales pueden evocarse de buenas a primeras hacia cualquier fenómeno que encierre el concepto “moral”, pero bueno, da igual, al parecer, en estos tiempos de lo que se trata es de politzarse y radicalizarse por el mero hecho de convivir) CIERRO PARÉNTESIS). Volví a Dworkin pues porque hay que volver a los sitios en los que uno ha sido feliz, na, mentira, volví por algo peor que ese par de razones juntas, por la tesis, pero bueno, más allá de filias y fobias, leyendo un par de papers, encontré referencias a otros, y luego a algunos otros hasta encontrar varias anécdotas (la mayoría en el número de la Harvard Law a su memoria, y en un amplio artículo de una revista estudiantil de NYU) que me parecieron algunas más interesantes que otras pero, en definitiva, todas no tan ampliamente conocidas sobre la vida de este gran jurista.

  • Día del amor

Dworkin muere el 14 de febrero de 2013. El día que tradicionalmente se celebra el sentimiento de unión, encuentro y cuidado hacia el prójimo, es decir el día del amor. No me parece un dato menor considerando que durante los últimos años de su vida, Dworkin se enfocó en destacar dentro de su filosofía moral la idea de responsabilidad como uno de los pilares fundamentales para que las personas alcancen su modelo de vida buena para disfrutar sus éxitos y revertirlos en la sociedad, haciendo de su entorno un lugar mejor en tanto que más valioso.

  • Carta de recomendación

Cuando comenzó su carrera profesional, al fungir como “clerk” con el influyente y sagaz juez Learned Hand de la corte federal de apelaciones, antes de que Dworkin aceptara una oferta para trabajar en un prestigioso despacho de abogados de Wall Street, el juez, en una carta de recomendación, elogió a su joven asistente llamándolo “the law clerk to beat all law clerks”…, luego el juez mandó todo al carajo pues al escribir el nombre este se equivocó llamándolo: “Roland Dworkin”.

Algo así como si te llamaras Ronaldo (Dworkin) y tu carta de recomendación dijera Rolando (Dworkin). Nada graver pero bueeeeeeno.

  • “El Show de Tom y Ronnie”

Durante más de veinte años Ronald Dworkin con su amigo Thomas Nagel dirigieron un seminario en NYU en el que, según se cuenta, “la discusión siempre fue del más alto nivel, convirtiéndose sin duda en uno de los puntos medulares de la vida filosófica de la ciudad de Nueva York”. Quienes tuvieron la oportunidad de asistir como ponentes cuentan que tanto el abogado como el filósofo eran bastante meticulosos con la producción del mismo, al que amistosamente se le conocía como: “the Tom and Ronnie Show”.

El día del seminario, la actividad comenzaba a las 1130am con una junta en la oficina de Dworkin, con Nagel y el participante para afinar detalles sobre la dinámica del mismo y ponerse al día. Después, durante tres horas se llevaba a cabo una comida de trabajo en el que los dos académicos interrogaban “sin piedad” al participante en privado sobre su trabajo a presentar. Seguía una hora libre para que el participante pudiera distraerse y, finalmente, el seminario que duraba otras tres horas, con “una participación igualitaria y disputas sin límites”.

  • La preocupación por el Erizo

En una de sus últimas entrevistas, al hablar sobre su libro Justicia para erizos, Dworkin se manifestó preocupado por la portada del mismo pues en sus palabras, habían ilustrado el libro con un erizo extremadamente atractivo, generándole inquietud que los libreros colocaran su obra en las librerías dentro de la sección de animales. O que algunos despistados lectores lo compraran pensando que era un libro sobre las sanciones para quienes lastimen a estos animales.

Quizá por eso la portada de la edición mexicana del libro, editado por el FCE, el erizo es menos simpático, al ser cambiado por una figurita que, me parece, es de barro negro. Cuál prefiere, juzgue usted.

  • Curiosidades

No todo era filosofía en Dworkin. Otra de sus principales pasiones era su amor y conocimiento por el arte. Comprar y coleccionar pintaras (muchas veces de precios exorbitantes) era una de las muchas formas en cómo se gastaba su tiempo más allá de la academia.

En otro aspecto poco conocido de la vida del teórico del Derecho, Frances Kamm, amigo íntimo de Dworkin y profesor de Filosofía y Políticas Públicas en Harvard, cuenta que una vez se sorprendió cuando “Dworkin sugirió que podría ser bueno si las personas accedieran a no informar sobre lo que se discutía en el aula” y también relata que se quedó perplejo “al descubrir que pertenecía a un famoso club londinense que tenía una política de exclusión a las mujeres”, esto considerando que todas sus doctrinas filosóficas partían del liberalismo igualitario.


Yo compro la crítica de que muchas veces la teoría general de Dworkin parecería pensada e ideada exclusivamente para el ámbito anglosajón, y que, por ende, difícilmente se puede transpolar. Simón. De hecho, en la primera edición de Los Derechos en serio en castellano, publicada por Ariel, el prólogo lo escribe Albert Calsamiglia y menciona que las ideas de este jurista anglosajón aun no han sido recibidas de la mejor manera en nuestros contextos latinos pero que en definitiva causarían polémica en los años venideros… No se equivocó. La polémica, a lo largo de los años, se convirtió en una gran adhesión, o en todo caso reelaboración de muchas de nuestras corrientes de pensamiento.

No me cabe duda de que Ronald Dworkin era un titán, y que como abogados el compromiso valorativo y las construcciones y adecuaciones que se han realizado ya desde el ámbito Iberoamérica a su obra, en lo particular, me convencen. No sé, cada quién. En cualquier caso, su lectura y reelectura y reelectura y reelectrua siempre viene bien.

 

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Un meme sobre Ronald Dworkin

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A propósito del día del padre, una imagen de Ronald Dworkin jugando con su hijo

Son más bien difusos los relatos y los detalles sobre la vida íntima de los principales teóricos del Derecho en el época contemporánea. No digo que no existan algunas excelentes biografías (y autobiografías) sobre estos, pero lo cierto es que la pequeña historia, queda, por lo general, relegada frente al aspecto científico-jurídico.

A diferencia de grandes personajes que se han desarrollado en diferentes disciplinas como Freud, Jung, Einstein, Turing, Tesla, Hawkings, Nash, Eddington, sobre los cuales incluso existen películas, series y demás material sobre su historia íntima, en el Derecho esto resulta bastante raro. Quién sabe. Por algo será.

El caso es que he estado leyendo Dworkin y me encontré una revista editada por la Facultad de Derecho de NYU en la cual aparece la siguiente foto, en la que se observa a Ronald Dworkin junto a su hijo Anthony, afuera de Trumbulll College en la Universidad de Yale, a finales de los sesenta.

pal día del padre

La fotografía no solo me pareció bastante graciosa sino un tanto tierna… Sobre todo por la pipa y por ver a un filósofo del Derecho jugando fútbol. Viene bien, a propósito del día del padre.


P.D. Tal vez, pero solo tal vez, Dworkin le leía este libro a su hijo cuando era pequeño.

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